jueves, 16 de enero de 2014

La historia de nuestros días.

Prólogo


Clara se sentó por fin frente a la máquina de escribir que acababa de agenciarse, con la historia, absolutamente tangible, bullendo por todo su cuerpo. Estaba ansiosa, casi temblaba. Podía sentir como en su mente no dejaban de repetirse una y otra vez las palabras con las que pensaba empezarla. Su historia, la que tanto tiempo llevaba buscando.

Frotó las palmas de las manos contra su pantalón vaquero sin dejar de mirar la máquina, más por nervios que por entrar en calor. Metió el primer folio. La ventana abierta del estudio dejaba entrar hasta el último ruido del último recoveco de la ciudad de Valencia. Ayer le hubieran molestado, pero hoy los sentía sólo como una ligera canción de cuna, que bailaba a su alrededor sin llegar a perturbarla nunca.

Tecleó “La historia de nuestros días” y contempló la hoja casi en blanco, saboreando su superficie inmaculada y la inminencia de lo que estaba a punto de ocurrir.

Se subió las mangas. Agitó los dedos de los pies en sus zapatos. Se crujió los dedos de las manos y se abalanzó sobre el teclado, en el justo momento en que sonó su teléfono.

— Oh Dios, no, no, no… Oh Dios, no…  —Clara se levantó precipitada hacia el teléfono, semi en trance, con la angustia de olvidarlo todo asentada en la garganta — ¿Pero dónde está el maldito teléfono?

En su atropello tropezó con sus propios pies en la alfombra y cayó al suelo; encontró el móvil justo debajo de su chaqueta.

— ¿Quién?  — tronó.
— Eh… hola. Soy Marcos, el chico del tren. Tengo tu libro; ¿llamo en mal momento?

A Clara se le escapó un suspiro, una sonrisa y un murmullo nervioso.