La vida son los ríos
que van a dar a la mar
que son tus ojos.
Cuántas veces abrí los brazos
a tu agua salada.
Parece que llevo buceando
mil años
y aún no he encontrado el fondo.
Y cuanto más lo intento
más me alejo de las luces
amarillas
de esperanza
que bailaban hace tiempo en la superficie.
Mis manos, algas.
Mi pelo, algas.
Mi boca, un par de caracolas.
Mi alma, alma sola.
Se llora bien aquí abajo
en tus ojos
que son el mar
que son los ríos
que son toda mi vida.
Se llora bien aquí abajo
ante la mirada impasible de los rapes.
Pasan más lento aquí abajo
las horas
como si los segundos nacieran
y murieran ahogados
entre las olas.
Ayer encontré una cueva con olor a tierra
y reflejado en lo más hondo
vi tus ojos
que se miraban en el espejo
sin verme
sin sospechar siquiera
que yo te estaba observando.
Naufragó el tiempo para siempre
cuando con tus manos te tocaste el pelo
naufragó para siempre el tiempo
cuando te humedeciste los labios
y sonreíste.
Tan lejos
empiezo a perder tu voz entre la espuma
ya no hay arriba ni abajo
ni quizás ni nunca
solo esta cueva oscura
mojada y con olor a tierra.
Tan sola
empiezo a perderme y me mezo
y no importa
me pierdo en la cueva
para vivir en tus ojos
que son el mar
que son los ríos
que son toda mi vida.
Escribir es un gesto de resistencia; te agarras al bolígrafo para agarrarte a la vida. Escribir es la ley que permite la transgresión.
jueves, 28 de abril de 2016
domingo, 24 de abril de 2016
A Marlene, la puta del ático #2
Pensar en ti es como
intentar abrazar la lluvia; acabo siempre igual de solo que al
principio, pero con la cara bañada de lágrimas. Lágrimas tuyas, o
de otros cielos. Y las gotas caen contra el suelo con el ruido de un
jarrón de cristal que se hace añicos, y de la misma manera y con el
mismo ruido caen los segundo desde que te has ido. Porque te siento,
estás ahí en alguna parte, pero me falta mundo para volver a tus
brazos.
Marlene.
Que me han contado que
ahora sacas más a pasear tus piernas, y los hombres se giran a
mirarte y ya no te importa. Que antes montabas en cólera si alguno
se atrevía a pedirte fuego con voz melosa. Pero ¿cómo no iban a
hacerlo, Marlene, si el cigarrillo colgando entre tus labios era la
mejor publicidad con la que cualquier marca de tabaco pudiera soñar?
Por aquel entonces hacía ya años que no se veían anuncios de
aquellos en la tele, pero tú seguías caminando con el pecado en la
sonrisa y entre tus dedos de uñas de nácar, y sin darte cuenta eras
la principal contracampaña. ¿Cómo no iban a pedirte fuego,
Marlene, si aquel cigarro era lo más cerca que podían estar de tu
boca? Pero para aquellos no tenías más fuego que el de tu mirada de
ojos de loba rabiosa, y aquel mohín de desagrado que nacía entre
tus cejas. A mí no me llames muñeca, decías, a mí no me llames
muñeca que tengo en la espalda dos alas p'a echar a volar hasta
donde tú no llegarás nunca, y tengo el cerebro lleno de sueños que
no entiendes, y las manos callosas de apartar las piedras del camino
si me molestan. Cuánto te admiraba entonces, con tu mentón alto y
desafiante. Y si te llamaban puta decías que preferías mil veces
ser puta que santa, que las santas no viven, sólo esperan. Cuánto
odio ahora haberte amado tanto. De aquellos días sólo me queda tu
recuerdo, que juega a esconderse mientras me desvivo por alcanzar el
olor de tu pelo, y el constante y amargo sabor a tabaco en el
paladar.
Que me han contado que
sigues yendo sola al cine, pero que no han vuelto a verte salir
llorando a moco tendido, como antes hacías. Y que de vuelta a casa
ya no paras en el bar de la esquina a tomar una cerveza mientras
esperas que la noche te seque las lágrimas y te acaricie los ojitos
con sus dedos fríos. Has perdido el bovarismo, se te fue con el
corazón aquella tarde que llovía y por eso andas como hipnotizada y
como muerta. Por eso ya no te sonríen las flores cuando pasas; por
eso la música ha dejado de guiarte hacia los fados secretos.
Y no me arrepiento. No
me arrepiento de haber respirado hondo, más hondo, para que mi
carcajada rencorosa, reconocidamente rencorosa, sonase tan fuerte y
tan alto que llegase hasta el ático donde te escondes. No me
arrepiento de haber pensado que aquel día el sol brillaba más
naranja, más claro, ni me arrepiento de haber ido a la sombra de las
calles hasta nuestro muelle de siempre, donde juré que ya no
volvería, a pedirme, también, lo que nos pedíamos siempre. Siento
antítesis de lo que sientes, Marlene, y cuanto más vacía estés me
sentiré más vivo. De mi oscura desesperanza tu dolor es mi abrigo…
Porque sufrir en tu compañía es seguir compartiendo algo contigo.
Aunque no sea más que el odio hacia nosotros mismos. Y no me
arrepiento de nada, mas que de los besos con los que vestí tu cuerpo
canela mil veces, besos que te habrán borrado ya las duchas y las
lluvias y los orgasmos y otros besos, pero que a mí me siguen
ardiendo en los labios.
Ahí sigo, buscando el
momento en que cambió todo, a ver si recuerdo cuándo empezaste a
irte y me olvido, de una vez y para siempre, de lo guapa que estabas
mientras leías.
#1 Otredad, si tú supieras
El cielo se mira como se miran los espejos,
intentando encontrar lo que no existe.
Las nubes se miran
con la esperanza de poder tejer con ellas un abrigo
para cuando vayan mal las cosas.
Pero aqueste abrigo te arañará los brazos
con sus rascacielos finitos y sus gaviotas finitas.
Y te arañará la espalda, y te arañará el cuello y los labios.
Las gaviotas confundidas en tu azul, azul, azul
creyéndote mar y cielo
caerán en picado a devorar tus ojos amarillos
ojos de pez y de sol.
Huyes por los tejados
intentando quitarte la chaqueta
pero ya no eres tú.
Ahora solo hablas el idioma
de las estelas de los aviones en el cielo.
intentando encontrar lo que no existe.
Las nubes se miran
con la esperanza de poder tejer con ellas un abrigo
para cuando vayan mal las cosas.
Pero aqueste abrigo te arañará los brazos
con sus rascacielos finitos y sus gaviotas finitas.
Y te arañará la espalda, y te arañará el cuello y los labios.
Las gaviotas confundidas en tu azul, azul, azul
creyéndote mar y cielo
caerán en picado a devorar tus ojos amarillos
ojos de pez y de sol.
Huyes por los tejados
intentando quitarte la chaqueta
pero ya no eres tú.
Ahora solo hablas el idioma
de las estelas de los aviones en el cielo.
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