viernes, 26 de agosto de 2016

Aguja y olvido

La que guarda bajo la falda
un bosque entero
de flores incendiadas
se despierta una mañana
con un vacío en el pecho
y otro en la memoria

Ya no recuerda su nombre
ni de dónde viene
por eso huye de sí misma
perseguida por los fríos alfileres del olvido
y se refugia en las montañas
para esconderse de las horas

Quiere proteger una sonrisa
que alguien pintó
(no sabe quién, quizás fue ella)
alguna vez en su cara

La enamorada del viento
con sus toscos dedos
como de plumas de flamenco
acaricia los labios del ausente
del que ya no recuerda

Ella
la de los ojos caóticos
la de la melena de selva
se perdió más allá del espejo
y ahora se convierte en llanto puro
pero no lo reconoce como suyo
porque ya no recuerda

Perdió su última inocencia
con un barco que se fue en la madrugada
pero tampoco recuerda

Memoria, olvido, tierra

Espera en la montaña
el sol sagrado que la salve
de una noche fría y sin horas

La que guarda bajo la falda
un bosque entero
de flores incendiadas
se despierta una mañana
con un vacío en el pecho
y otro en la memoria

Pero mírala
mírala cómo anda perdida
por sobre sus propias huellas marchitas
ha olvidado que hay caminos
que siempre acaban en muerte

Alguien debería advertirla
que el olvido es el recuerdo
y el recuerdo es el olvido
y que abra los ojos
que se está perdiendo el baile de las luciérnagas eternas

Y de repente
despierta.