Yo
suponía que llegado un punto el dolor sería tal que simplemente
dejaría de sentirlo, sin más, porque no es posible vivir
eternamente con un puñal clavado en la memoria.
¿Entiendes?
Suponía
que una mañana despertaría y aunque me llorase el alma ya no me
podrían seguir llorando los ojos; que me levantaría al salir el sol
y ya no recordaría tu nombre, ni tu cara, ni el olor de tu pelo, ni
lo suaves y amables que eran tus manos cuando me acariciaban
despacio, entre las sábanas cálidas como tus besos, todas las otras
mañanas que pensé que tampoco recordaría.
¿Entiendes?
Yo
creí, ingenuo, que si me pasaba noches y noches enteras mirando al
techo imaginándote tu recuerdo se
gastaría tanto que no podría volver a usarlo más. Y
desaparecerías; y sería tan fácil
¿entiendes?
Pero
claro que no lo entiendes.
¿Qué
pasa Marlene, qué pasa si no existe eso que andas buscando? Eso que
te tuvo en un trance de amapola los últimos días. ¿Y si no existe?
Cuánto odio había en tus suspiros, y tú no lo sabías, cuánto
odio en las miradas incrédulas que me dirigías. ¿Y si soy yo lo
único bueno que te va a pasar? Piénsalo, Marlene por favor
piénsalo. Ahora, de rodillas, mojado con la lluvia de cien años,
con el llanto milenario que se alimenta del eco de otros mil hombres
arrepentidos. ¿Y si soy yo
lo que estás
buscando?
No
es tarde, aún no. Cada segundo que vivo es un segundo que te espero.
He
pensado tanto, tantísimo. He vivido en un zumbido constante desde
que te fuiste Marlene, un parloteo infinito del que no podía
escapar. Pero de repente se han callado todas las voces y lo he
visto, lo he visto.
He
visto cuando comenzaste a irte, Marlene, cuando empecé a dejar que
te perdieras.
Llevabas
aquel vestido naranja, precioso, que te lo ponías y andabas todo el
día con el mentón bien alto, porque te hacía parecer la mujer más
decidida de la tierra. Y no sé porqué no te dije que estabas
preciosa. Y llegaron Marcos y Taís y
nos saludamos con prisa porque ellos llevaban las entradas y llegaban
tarde, y ellos sí te dijeron que estabas preciosa. Y yo no decía
nada. No me gustaba Marcos. Tampoco me gustaba Taís. Y lo hice por
ti Marlene, ¿no lo ves que lo hice por ti? Y
dentro, cuando se apagaron las luces y me resbalaron heladas dos
lágrimas por las mejillas, vi que me miraste, y también llorabas;
me diste la mano dudando, frágil, como si se hubiese perdido la
magia del vestido naranja, pero es que yo no podía ni mirarte ni
hablar. Ni quise hablar luego, minutos antes de lanzar aquella
botella contra las olas. Algo se
había roto, y yo lo supe entonces, pero tú te diste cuenta antes,
¿cuándo? ¿Por qué no me lo contaste? ¿Por qué no me dejaste
parar Marlene, por Ti, por Dios? En tus ojos, tus ojos de pozo de
luna, que parecían vacíos aquella tarde, te juro que vi toda mi
vida. ¿Dónde estabas? Recuerdo que tarareabas algo, una canción
que no conocía, y no le di importancia. ¿Y si la tenía? ¿Y si era
tu conjuro para dejar de sentirte sola, de sentirte desgraciada, y yo
no me di cuenta?¿Dónde estabas Marlene?
Yo
me di cuenta entonces, pero solo pude hacer como si nada.
Llévame
allí contigo, deja que vuelva, que me fui en un tren de madrugada
sin despedirme pero fue porque tú ya no estabas. Y me quema, me
quema el adiós en los labios, y el beso en los labios. Mil besos,
pero no de adiós, mil besos de hola, de bienvenida; mil besos de “lo
siento tantísimo. Mil besos como mil mariposas de fuego.
Pero
¿ves cómo no lo entiendes? Que tuve que irme, que estaba
echando raíces y tú ya no querías saber, fuiste tú quien dejó de
regar los geranios de las ventanas y por eso se volvieron cada vez
más oscuros, más secos, más fríos y yermos, hasta que cayeron sin
pétalos y los dos los olvidamos.
Maldita
seas Marlene, en todos los idiomas enterrados; fuiste tú quien
comenzó a olvidarnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario