sábado, 1 de octubre de 2016

A Marlene, la puta del ático #3

Yo suponía que llegado un punto el dolor sería tal que simplemente dejaría de sentirlo, sin más, porque no es posible vivir eternamente con un puñal clavado en la memoria.
¿Entiendes?
Suponía que una mañana despertaría y aunque me llorase el alma ya no me podrían seguir llorando los ojos; que me levantaría al salir el sol y ya no recordaría tu nombre, ni tu cara, ni el olor de tu pelo, ni lo suaves y amables que eran tus manos cuando me acariciaban despacio, entre las sábanas cálidas como tus besos, todas las otras mañanas que pensé que tampoco recordaría.
¿Entiendes?
Yo creí, ingenuo, que si me pasaba noches y noches enteras mirando al techo imaginándote tu recuerdo se gastaría tanto que no podría volver a usarlo más. Y desaparecerías; y sería tan fácil ¿entiendes?
Pero claro que no lo entiendes.
¿Qué pasa Marlene, qué pasa si no existe eso que andas buscando? Eso que te tuvo en un trance de amapola los últimos días. ¿Y si no existe? Cuánto odio había en tus suspiros, y tú no lo sabías, cuánto odio en las miradas incrédulas que me dirigías. ¿Y si soy yo lo único bueno que te va a pasar? Piénsalo, Marlene por favor piénsalo. Ahora, de rodillas, mojado con la lluvia de cien años, con el llanto milenario que se alimenta del eco de otros mil hombres arrepentidos. ¿Y si soy yo lo que estás buscando?
No es tarde, aún no. Cada segundo que vivo es un segundo que te espero.
He pensado tanto, tantísimo. He vivido en un zumbido constante desde que te fuiste Marlene, un parloteo infinito del que no podía escapar. Pero de repente se han callado todas las voces y lo he visto, lo he visto.
He visto cuando comenzaste a irte, Marlene, cuando empecé a dejar que te perdieras.
Llevabas aquel vestido naranja, precioso, que te lo ponías y andabas todo el día con el mentón bien alto, porque te hacía parecer la mujer más decidida de la tierra. Y no sé porqué no te dije que estabas preciosa. Y llegaron Marcos y Taís y nos saludamos con prisa porque ellos llevaban las entradas y llegaban tarde, y ellos sí te dijeron que estabas preciosa. Y yo no decía nada. No me gustaba Marcos. Tampoco me gustaba Taís. Y lo hice por ti Marlene, ¿no lo ves que lo hice por ti? Y dentro, cuando se apagaron las luces y me resbalaron heladas dos lágrimas por las mejillas, vi que me miraste, y también llorabas; me diste la mano dudando, frágil, como si se hubiese perdido la magia del vestido naranja, pero es que yo no podía ni mirarte ni hablar. Ni quise hablar luego, minutos antes de lanzar aquella botella contra las olas. Algo se había roto, y yo lo supe entonces, pero tú te diste cuenta antes, ¿cuándo? ¿Por qué no me lo contaste? ¿Por qué no me dejaste parar Marlene, por Ti, por Dios? En tus ojos, tus ojos de pozo de luna, que parecían vacíos aquella tarde, te juro que vi toda mi vida. ¿Dónde estabas? Recuerdo que tarareabas algo, una canción que no conocía, y no le di importancia. ¿Y si la tenía? ¿Y si era tu conjuro para dejar de sentirte sola, de sentirte desgraciada, y yo no me di cuenta?¿Dónde estabas Marlene?
Yo me di cuenta entonces, pero solo pude hacer como si nada.
Llévame allí contigo, deja que vuelva, que me fui en un tren de madrugada sin despedirme pero fue porque tú ya no estabas. Y me quema, me quema el adiós en los labios, y el beso en los labios. Mil besos, pero no de adiós, mil besos de hola, de bienvenida; mil besos de “lo siento tantísimo. Mil besos como mil mariposas de fuego.
Pero ¿ves cómo no lo entiendes? Que tuve que irme, que estaba echando raíces y tú ya no querías saber, fuiste tú quien dejó de regar los geranios de las ventanas y por eso se volvieron cada vez más oscuros, más secos, más fríos y yermos, hasta que cayeron sin pétalos y los dos los olvidamos.

Maldita seas Marlene, en todos los idiomas enterrados; fuiste tú quien comenzó a olvidarnos.

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