miércoles, 9 de enero de 2013

Cafés y zapatos


   Ella salía con prisas, como todos los viernes, cuando se entretenía tomando un café en el bar de la facultad después de su última clase.

   Él tenía la cabeza en las nubes desde que faltó su abuelo y pensaba que era miércoles, sino no hubiera estado en aquel lugar en aquel momento.

   Ella se había enredado ojeando unos papeles mientras se tomaba su expreso, con mucha espuma, porque era así como le gustaba, y los llevaba todos mezclados mientras corría hacia la estación, en busca de un metro que ya se iba.

   Él cargaba una Gibson acústica a su espalda mientras volvía de un ensayo que no tenía, pues tocaba en un grupo desde hacía bastante, y pensaba en como habían cambiado las cosas en tan poco tiempo mientras se miraba la punta de los zapatos.

   Ella cruzaba rápidamente por viveros.

   Él seguía mirándose la punta de los zapatos al andar.

   Ella se dio cuenta demasiado tarde de que iba a arrollarlo.

   Él no se fijó en ella hasta que se chocaron.

   Ella levantó la vista y vio a un chico castaño, más bien alto, con el pelo despuntado, ojos verdosos, una leve barba y una camiseta granate que se adivinaba debajo de su camisa de cuadros; tendría veinte años.

   Él levantó la vista y vio a una chica pequeña, con el pelo casi rubio recogido en un moño improvisado, grandes ojos castaños y un vestido corto de golondrinas; tendría dieciocho años.

   -¡Oh, lo siento! ¿Estás bien? -Dijo ella azorada, ahogando un grito en la garganta, al tiempo que se levantaba y comenzaba a recoger todos los papeles que habían quedado esparcidos por el suelo.
   -Si, si, yo estoy bien. Vaya, perdona, te lo he tirado todo -Contestó él agachándose a la vez para coger aquella orgía de apuntes que se extendía bajo sus pies.

   Ella notó como sus manos se tocaban.

   Él también lo notó y se quedó inmóvil.

   Ella rompió a reír a la vez que echaba la cabeza hacia atrás en un gesto de total felicidad.

   Él entornó los ojos, molesto por el sol que le daba de lleno en la cara, y la miró con incredulidad mientras sonreía.

   -Pensaba que estas cosas sólo pasaban en las películas -Rió ella irónicamente.
   -¿Estas cosas? -Inquirió él, que seguía sonriendo y ya no se miraba la punta de los zapatos.
   -Si, ya sabes. La chica y el chico que se chocan y tiran todos los papeles al suelo -Fue su respuesta.
   -Ah, ya veo. Y en una película, ¿Qué pasaría ahora? -Preguntó de nuevo él, de forma socarrona.
   -¿No es obvio? -Dijo ella ingenua- Nos gustaríamos, pero tú tendrías una novia y no podría ser. La dejarías y sería genial pero luego pasaría algo y discutiríamos y parecería que todo ha terminado. Entonces, en el último momento lo arreglaríamos y seríamos felices.

   Él se rió muy fuerte.

   Ella pensó que tenía una risa preciosa.

   -Parece que sabes mucho de películas -Observó él sin dejar de reír.
   -Bueno, ya son muchos años dando teatro -Replicó ella sagaz, encantada con la conversación.
   -¿Teatro? Pues mira, ahora mismo estaban haciendo una obra en la Casa de la Cultura. Vengo de ensayar. Bien, técnicamente tendría que ensayar si hoy fuera miércoles, pero no lo es, es viernes -La informó él, trabándose con las palabras al final, nervioso por haber reconocido en voz alta que no sabía en que día vivía.
   -Pues si, no es miércoles desde hace dos días ya -Y obvió amablemente su tartamudeo final-. Precisamente iba para allá, que tengo ensayo en cuanto termine. ¿Tocas la guitarra?

   Él movió la cabeza en señal de afirmación, contestando una pregunta que sabía que no necesitaba respuesta, pues la Gibson seguía ahí, colgada de sus hombros.

   -Así es. Tenemos un grupo montado unos amigos y yo desde hace bastante tiempo. Belice, nos llamamos. El fin de semana que viene damos un concierto, aunque llevo un tiempo sin practicar -y le enseñó tímidamente una cicatriz que recorría su mano izquierda, desde el pulgar hasta la base de la mano, en forma de media luna-. Un accidente de tráfico -Dijo, como si necesitase darle aquella información.
   -¡Vaya! -exclamó ella realmente sorprendida, mostrando a su vez otra cicatriz muy similar que llevaba en la mano derecha-. Me la hice de pequeña, no sé muy bien cómo -e ignoró lo del accidente, quizás a propósito, quizá no.
   -¡Menuda casualidad! ¿Crees que tiene algo que ver con todo este rollo del fin del mundo? Igual cuando llegue el día veintiuno solamente nos salvamos los de la cicatriz...¡Los elegidos! -Bromeó él.

   Ella se rió muy fuerte.

   Él pensó que tenía una risa preciosa.

   Ella miró su reloj.

   Él entendió que iba con prisa pero deseó que no tuviera que marcharse.

   -Uff, se me ha hecho tarde -suspiró ella-. Tengo que irme ya si quiero llegar a tiempo a teatro.
   -Claro, claro -dijo él con fingida indiferencia.
   -En fin, suerte con el concierto ¡Adiós! -Se despidió ella con pesar.
   -Si, si, lo mismo digo...Osea que, adiós a ti también -Murmuró él.

   Ella fue escaleras abajo, hacia el metro.

   Él siguió andando, mirándose la punta de los zapatos.

   Ella sonreía.

   Él también.

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