miércoles, 2 de julio de 2014

Estudio sobre la evolución del latido en cuatro tiempos.

Mar bravo, olas salvajes, poniente suave, horizonte naranja, luna tímida con olor a lavanda.
El vestido amarillo de ella bailando fogoso; él se acerca y su corbata borgoña entra en ardiente batalla.
La arena fría y suave e impaciente de caricias de primavera. Una retina abandonada que lo cubre todo con una película color sepia.
Besos con sabor a sal y mirarse a los ojos y decir en voz alta TE QUIERO. Risa nerviosa y soprana y de color azul oscuro lleno de estrellas brillantes. Responder TE QUIERO. No es una respuesta, es un enunciado diferente, una nueva afirmación que baila sola.
Una broma, una pamada, más risas de campanas que te hacen pensar en el verano. Besos pálidos de olas solitarias que coinciden y rompen frenéticas contra el acantilado de los dientes. Manos que se Encuentran por primera vez después de haberse encontrado hacía tanto tiempo. Morder el lóbulo de su oreja. Decir a todo que sí. ¿Quiénes somos? Yo soy tuya y tú eres mío pero a la vez somos de nadie; del tiempo y las promesas y los ecos de otros llantos. ¿Siempre? Decir a todo que sí.


Hierba fresca, verde infinito, olor a rayos de sol. Toalla de nailon. El color rosa fresa mezclado con el rojo de su blusa y fundido todo en sus pupilas. La luz que baila al ritmo de una canción que no se escucha.
El metrónomo de su respiración acompasándose al ruido antiguo de las páginas de un libro con un título larguísimo. Sabor a helado de avellana todavía en los labios y en la lengua y en el recuerdo.
Él se despierta, rueda, mueve sus pesadas manos que siguen dormidas.
Ella se ríe, gira, intenta zafarse entre campanillas.
Él le atrapa la cara con las manos y le besa la vida entera. Le besa en cada instante. Instantes diferentes que saben a pomelo. Las llaves de su casa en el bolsillo. LAS llaves de SU casa. Muchos síes, tres o cuatro nos de tanto en tanto. La promesa de una cena para esa noche. ¿A dónde vamos? Estamos juntos. Manuscritos de días del futuro que nos dan miedo justo por eso, porque no los conocemos y van a llegar.
El calor contagioso de saberse tan infinitos pero tan insignificantes al mismo tiempo.


Aceras cubiertas de animosa decadencia o deprimente renovación. Espíritus que tiemblan y se encogen y comienzan a agrietarse. Ambas manos enfundadas en sendos guantes que se entrelazan al bajar por la avenida. El escaparate donde hacía un par de otoños ella se había comprado aquel abrigo camel. Él la recuerda girando y girando y riendo entre espejos, dentro de abrigos de mil colores diferentes. Debió quedar olvidado en algún banco de la bahía. ¿Qué es eso? Miedo que nace en forma de lágrima que se congela y se vuelve estalactita de diamante. El aire huele a castañas y a palabras incendiadas. ¿Has dicho algo? No has podido oírme gritando en silencio, con la boca abierta y furiosa y los puños apretados pero sin dejar de soltarte la mano. Recuerdo cuando... He olvidado muchas cosas. Una sonrisa cómplice que muere sin haber siquiera aparecido. La presa de sus dedos que se afloja. Aún así ella pasa el brazo por su cintura y le mira con un amor añejo que sabe a buen vino. Empieza a llover y se abrazan bajo el paraguas comprado en un viaje a Florencia. Cómo no iba a querer besarte si tienes la sonrisa más profunda que he visto nunca, ninfa de los dientes de mozzarella.


Cae el cielo despedazado y caen los corazones descorazonados y caen poco a poco las horas. El viento frío se cuela en las buhardillas y en los párpados y para combatirlo ella llora lágrimas ardientes que pesan cien siglos y le queman las mejillas.
Jamás he amado a nadie tanto como te amo a ti.
¿Cuánto tiempo llevamos aquí? Muchas vidas, muchísimas noches.
Debían ser las quiero arroparme con tu piel todas las lunas cuando nos conocimos, pero ya oscurece y tú te vas de este rincón tan exquisito a otro universo. ¿Me has querido? No es una pregunta para mí, sino para ti; yo siempre he querido tus ojos de uva. Estamos solos en la playa, ¿nos ves?, y nos devora la espuma. Te he querido tanto diminuta maga de las oraciones subordinadas. Recuerdo todas las burbujas que bailaban contigo cuando saltabas al agua con tu sonrisa perezosa. Yo aún oigo los ecos de cada vez que te has reído; escucho el ruido de la primera vez que brindamos con copas llenas de champán; ahora tengo que irme. No vas a volver. Lo sé. Sin ti el tiempo me parece confuso y oscuro, ¿a dónde vas? No lo sé, a buscarme en el momento en que nos conocimos supongo. Debió ser ahí cuándo me perdí, entre tus brazos. No podré esperarte. No lo hagas, pero si alguna vez tú también vuelves a aquel momento, a aquella noche de bailes y fuegos artificiales, búscame que yo estaré en alguna parte, echándote de menos.


ESTUDIO SOBRE LA EVOLUCIÓN DEL LATIDO EN CUATRO TIEMPOS

4 comentarios:

  1. No entiendo nada y a la vez todo. Casi lloro jejeje (soy adrian t)

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  2. Me gusta, aunque quizás sea ligeramente demasiado metafórico; igual si te dedicases a la talla de lapiceros, pues te iría mejor.

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    1. Jajajaja, muchas gracias por la crítica, no a todos nos gusta lo mismo, a veces se me olvida. Intentaré lo de los lapiceros.

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  3. Que romanticona te has vuelto sumacha! jaja, pero sin perder tu estilo, eso por supuesto ;)

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