Mar
bravo, olas salvajes, poniente suave, horizonte naranja, luna tímida
con olor a lavanda.
El
vestido amarillo de ella bailando fogoso; él se acerca y su corbata
borgoña entra en ardiente batalla.
La
arena fría y suave e impaciente de caricias de primavera. Una retina
abandonada que lo cubre todo con una película color sepia.
Besos
con sabor a sal y mirarse a los ojos y decir en voz alta TE QUIERO.
Risa nerviosa y soprana y de color azul oscuro lleno de estrellas
brillantes. Responder TE QUIERO. No es una respuesta, es un enunciado
diferente, una nueva afirmación que baila sola.
Una
broma, una pamada, más risas de campanas que te hacen pensar en el
verano. Besos pálidos de olas solitarias que coinciden y rompen
frenéticas contra el acantilado de los dientes. Manos que se
Encuentran por primera vez después de haberse encontrado hacía
tanto tiempo. Morder el lóbulo de su oreja. Decir a todo que sí.
¿Quiénes somos? Yo soy tuya y tú eres mío pero a la vez somos de
nadie; del tiempo y las promesas y los ecos de otros llantos.
¿Siempre? Decir a todo que sí.
Hierba
fresca, verde infinito, olor a rayos de sol. Toalla de nailon. El
color rosa fresa mezclado con el rojo de su blusa y fundido todo en
sus pupilas. La luz que baila al ritmo de una canción que no se escucha.
El
metrónomo de su respiración acompasándose al ruido antiguo de las
páginas de un libro con un título larguísimo. Sabor a helado de
avellana todavía en los labios y en la lengua y en el recuerdo.
Él
se despierta, rueda, mueve sus pesadas manos que siguen dormidas.
Ella
se ríe, gira, intenta zafarse entre campanillas.
Él
le atrapa la cara con las manos y le besa la vida entera. Le besa en
cada instante. Instantes diferentes que saben a pomelo. Las llaves de
su casa en el bolsillo. LAS llaves de SU casa. Muchos síes, tres o
cuatro nos de tanto en tanto. La promesa de una cena para esa noche.
¿A dónde vamos? Estamos juntos. Manuscritos de días del futuro que
nos dan miedo justo por eso, porque no los conocemos y van a llegar.
El
calor contagioso de saberse tan infinitos pero tan insignificantes
al mismo tiempo.
Aceras
cubiertas de animosa decadencia o deprimente renovación. Espíritus
que tiemblan y se encogen y comienzan a agrietarse. Ambas manos
enfundadas en sendos guantes que se entrelazan al bajar por la
avenida. El escaparate donde hacía un par de otoños ella se había
comprado aquel abrigo camel. Él la recuerda girando y girando y
riendo entre espejos, dentro de abrigos de mil colores diferentes.
Debió quedar olvidado en algún banco de la bahía. ¿Qué es eso?
Miedo que nace en forma de lágrima que se congela y se vuelve
estalactita de diamante. El aire huele a castañas y a palabras
incendiadas. ¿Has dicho algo? No has podido oírme gritando en
silencio, con la boca abierta y furiosa y los puños apretados pero
sin dejar de soltarte la mano. Recuerdo cuando... He olvidado muchas
cosas. Una sonrisa cómplice que muere sin haber siquiera aparecido.
La presa de sus dedos que se afloja. Aún así ella pasa el brazo por
su cintura y le mira con un amor añejo que sabe a buen vino. Empieza
a llover y se abrazan bajo el paraguas comprado en un viaje a
Florencia. Cómo no iba a querer besarte si tienes la sonrisa más
profunda que he visto nunca, ninfa de los dientes de mozzarella.
Cae
el cielo despedazado y caen los corazones descorazonados y caen poco
a poco las horas. El viento frío se cuela en las buhardillas y en
los párpados y para combatirlo ella llora lágrimas ardientes que
pesan cien siglos y le queman las mejillas.
Jamás
he amado a nadie tanto como te amo a ti.
¿Cuánto
tiempo llevamos aquí? Muchas vidas, muchísimas noches.
Debían
ser las quiero arroparme con tu piel todas las lunas
cuando nos conocimos, pero ya oscurece y tú te vas de este rincón
tan exquisito a otro universo. ¿Me has querido? No es una pregunta
para mí, sino para ti; yo siempre he querido tus ojos de uva.
Estamos solos en la playa, ¿nos ves?, y nos devora la espuma. Te he
querido tanto diminuta maga de las oraciones subordinadas. Recuerdo
todas las burbujas que bailaban contigo cuando saltabas al agua con
tu sonrisa perezosa. Yo aún oigo los ecos de cada vez que te has reído;
escucho el ruido de la primera vez que brindamos con copas llenas de
champán; ahora tengo que irme. No vas a volver. Lo sé. Sin ti el
tiempo me parece confuso y oscuro, ¿a dónde vas? No lo sé, a buscarme en el momento en que nos conocimos supongo. Debió ser ahí cuándo me perdí, entre tus brazos. No podré esperarte. No lo hagas,
pero si alguna vez tú también vuelves a aquel momento, a aquella
noche de bailes y fuegos artificiales, búscame que yo estaré en alguna parte, echándote de menos.
ESTUDIO
SOBRE LA EVOLUCIÓN DEL LATIDO EN CUATRO TIEMPOS
No entiendo nada y a la vez todo. Casi lloro jejeje (soy adrian t)
ResponderEliminarMe gusta, aunque quizás sea ligeramente demasiado metafórico; igual si te dedicases a la talla de lapiceros, pues te iría mejor.
ResponderEliminarJajajaja, muchas gracias por la crítica, no a todos nos gusta lo mismo, a veces se me olvida. Intentaré lo de los lapiceros.
EliminarQue romanticona te has vuelto sumacha! jaja, pero sin perder tu estilo, eso por supuesto ;)
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