Confieso que he vivido
pero que nunca me di cuenta hasta ahora.
Confieso que conocía mis alas
pero que jamás me atreví a usarlas para volar.
Tenía el alma aletargada, alma que espera.
Confieso que me daba miedo la soledad
y me daba miedo que los charcos de la ciudad
me devolvieran un reflejo triste.
O marchito.
O cansado.
Confieso que amé mucho y lloré quedo
y me daban miedo los finales.
Y el olvido.
Y desaparecer.
Confieso que una mañana, de repente, me desperté y era enero en mi calendario.
Juro que hacía sol.
O igual era mi alma, que se desperezaba radiante después de tanto tiempo.
Confieso que he vivido,
que estoy viva,
que estoy viviendo.
Y no me arrepiento de nada.
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