domingo, 24 de abril de 2016

A Marlene, la puta del ático #2

Pensar en ti es como intentar abrazar la lluvia; acabo siempre igual de solo que al principio, pero con la cara bañada de lágrimas. Lágrimas tuyas, o de otros cielos. Y las gotas caen contra el suelo con el ruido de un jarrón de cristal que se hace añicos, y de la misma manera y con el mismo ruido caen los segundo desde que te has ido. Porque te siento, estás ahí en alguna parte, pero me falta mundo para volver a tus brazos.

Marlene.

Que me han contado que ahora sacas más a pasear tus piernas, y los hombres se giran a mirarte y ya no te importa. Que antes montabas en cólera si alguno se atrevía a pedirte fuego con voz melosa. Pero ¿cómo no iban a hacerlo, Marlene, si el cigarrillo colgando entre tus labios era la mejor publicidad con la que cualquier marca de tabaco pudiera soñar? Por aquel entonces hacía ya años que no se veían anuncios de aquellos en la tele, pero tú seguías caminando con el pecado en la sonrisa y entre tus dedos de uñas de nácar, y sin darte cuenta eras la principal contracampaña. ¿Cómo no iban a pedirte fuego, Marlene, si aquel cigarro era lo más cerca que podían estar de tu boca? Pero para aquellos no tenías más fuego que el de tu mirada de ojos de loba rabiosa, y aquel mohín de desagrado que nacía entre tus cejas. A mí no me llames muñeca, decías, a mí no me llames muñeca que tengo en la espalda dos alas p'a echar a volar hasta donde tú no llegarás nunca, y tengo el cerebro lleno de sueños que no entiendes, y las manos callosas de apartar las piedras del camino si me molestan. Cuánto te admiraba entonces, con tu mentón alto y desafiante. Y si te llamaban puta decías que preferías mil veces ser puta que santa, que las santas no viven, sólo esperan. Cuánto odio ahora haberte amado tanto. De aquellos días sólo me queda tu recuerdo, que juega a esconderse mientras me desvivo por alcanzar el olor de tu pelo, y el constante y amargo sabor a tabaco en el paladar.

Que me han contado que sigues yendo sola al cine, pero que no han vuelto a verte salir llorando a moco tendido, como antes hacías. Y que de vuelta a casa ya no paras en el bar de la esquina a tomar una cerveza mientras esperas que la noche te seque las lágrimas y te acaricie los ojitos con sus dedos fríos. Has perdido el bovarismo, se te fue con el corazón aquella tarde que llovía y por eso andas como hipnotizada y como muerta. Por eso ya no te sonríen las flores cuando pasas; por eso la música ha dejado de guiarte hacia los fados secretos.

Y no me arrepiento. No me arrepiento de haber respirado hondo, más hondo, para que mi carcajada rencorosa, reconocidamente rencorosa, sonase tan fuerte y tan alto que llegase hasta el ático donde te escondes. No me arrepiento de haber pensado que aquel día el sol brillaba más naranja, más claro, ni me arrepiento de haber ido a la sombra de las calles hasta nuestro muelle de siempre, donde juré que ya no volvería, a pedirme, también, lo que nos pedíamos siempre. Siento antítesis de lo que sientes, Marlene, y cuanto más vacía estés me sentiré más vivo. De mi oscura desesperanza tu dolor es mi abrigo… Porque sufrir en tu compañía es seguir compartiendo algo contigo. Aunque no sea más que el odio hacia nosotros mismos. Y no me arrepiento de nada, mas que de los besos con los que vestí tu cuerpo canela mil veces, besos que te habrán borrado ya las duchas y las lluvias y los orgasmos y otros besos, pero que a mí me siguen ardiendo en los labios.



Ahí sigo, buscando el momento en que cambió todo, a ver si recuerdo cuándo empezaste a irte y me olvido, de una vez y para siempre, de lo guapa que estabas mientras leías.

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