Pensar en ti es como
intentar abrazar la lluvia; acabo siempre igual de solo que al
principio, pero con la cara bañada de lágrimas. Lágrimas tuyas, o
de otros cielos. Y las gotas caen contra el suelo con el ruido de un
jarrón de cristal que se hace añicos, y de la misma manera y con el
mismo ruido caen los segundo desde que te has ido. Porque te siento,
estás ahí en alguna parte, pero me falta mundo para volver a tus
brazos.
Marlene.
Que me han contado que
ahora sacas más a pasear tus piernas, y los hombres se giran a
mirarte y ya no te importa. Que antes montabas en cólera si alguno
se atrevía a pedirte fuego con voz melosa. Pero ¿cómo no iban a
hacerlo, Marlene, si el cigarrillo colgando entre tus labios era la
mejor publicidad con la que cualquier marca de tabaco pudiera soñar?
Por aquel entonces hacía ya años que no se veían anuncios de
aquellos en la tele, pero tú seguías caminando con el pecado en la
sonrisa y entre tus dedos de uñas de nácar, y sin darte cuenta eras
la principal contracampaña. ¿Cómo no iban a pedirte fuego,
Marlene, si aquel cigarro era lo más cerca que podían estar de tu
boca? Pero para aquellos no tenías más fuego que el de tu mirada de
ojos de loba rabiosa, y aquel mohín de desagrado que nacía entre
tus cejas. A mí no me llames muñeca, decías, a mí no me llames
muñeca que tengo en la espalda dos alas p'a echar a volar hasta
donde tú no llegarás nunca, y tengo el cerebro lleno de sueños que
no entiendes, y las manos callosas de apartar las piedras del camino
si me molestan. Cuánto te admiraba entonces, con tu mentón alto y
desafiante. Y si te llamaban puta decías que preferías mil veces
ser puta que santa, que las santas no viven, sólo esperan. Cuánto
odio ahora haberte amado tanto. De aquellos días sólo me queda tu
recuerdo, que juega a esconderse mientras me desvivo por alcanzar el
olor de tu pelo, y el constante y amargo sabor a tabaco en el
paladar.
Que me han contado que
sigues yendo sola al cine, pero que no han vuelto a verte salir
llorando a moco tendido, como antes hacías. Y que de vuelta a casa
ya no paras en el bar de la esquina a tomar una cerveza mientras
esperas que la noche te seque las lágrimas y te acaricie los ojitos
con sus dedos fríos. Has perdido el bovarismo, se te fue con el
corazón aquella tarde que llovía y por eso andas como hipnotizada y
como muerta. Por eso ya no te sonríen las flores cuando pasas; por
eso la música ha dejado de guiarte hacia los fados secretos.
Y no me arrepiento. No
me arrepiento de haber respirado hondo, más hondo, para que mi
carcajada rencorosa, reconocidamente rencorosa, sonase tan fuerte y
tan alto que llegase hasta el ático donde te escondes. No me
arrepiento de haber pensado que aquel día el sol brillaba más
naranja, más claro, ni me arrepiento de haber ido a la sombra de las
calles hasta nuestro muelle de siempre, donde juré que ya no
volvería, a pedirme, también, lo que nos pedíamos siempre. Siento
antítesis de lo que sientes, Marlene, y cuanto más vacía estés me
sentiré más vivo. De mi oscura desesperanza tu dolor es mi abrigo…
Porque sufrir en tu compañía es seguir compartiendo algo contigo.
Aunque no sea más que el odio hacia nosotros mismos. Y no me
arrepiento de nada, mas que de los besos con los que vestí tu cuerpo
canela mil veces, besos que te habrán borrado ya las duchas y las
lluvias y los orgasmos y otros besos, pero que a mí me siguen
ardiendo en los labios.
Ahí sigo, buscando el
momento en que cambió todo, a ver si recuerdo cuándo empezaste a
irte y me olvido, de una vez y para siempre, de lo guapa que estabas
mientras leías.
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